HABITADA DE PENUMBRAS - IV
IV
No atiende.
Cuando sus manos se colman de magnolias
las siemprevivas invaden sus ojos de asperezas
y las cigarras anegan su ventana con chismes y centellas.
Recuerda el nombre de su perro y los motes de sus vecinos
como sombras aturdidas en la tarde.
El sibilino polvillo de la muerte
-telaraña espectral de la nada-
espía pesadamente.
A veces sólo respira.
Por eso la quiero como nunca.
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