
Quiéreme...
porque siento el amanecer como un rumor lejano
a la orilla de esta playa, en la arena, en las algas.
Lo siento más allá, entre las dunas del poniente
negro, donde las luminarias se endiosan con
arruinados laureles, lo siento como el resplandor
lejano de un altozano de ónice.
Porque mi existencia gira en torno a las negruras del noctívago,
del torrente que lo arrastra todo, del limo que oculta mis pies.
Porque la noche extingue los sonidos, da sosiego a la amapola,
indulta los destellos añiles de la floresta,
hiela la sangre hasta hacerse aire.
Porque un eco, un alboroto indeciso, es mi corazón:
aullido en el barranco, guijarro que rueda por el erial,
luz en la sima, fulgor del núcleo.
Porque la inocencia, ajena al renacer de la violencia,
al límite del arco iris, juega con un felino de cálida voz ronca,
de blando pelaje, de ira flemática y tensa.
Porque la rutina nos lleva a la apatía
y quiero amanecer, de nuevo, adormecida en tu sonrisa,
en tu almohada, en tu cepillo de dientes,
en los posos de tu café
y en el periódico que ojeas distraído.
Quiéreme...
porque yo soy el día y sin ti
el viento alza su espesura en mi espíritu.
© Mar - Febrero 2006